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LOS PUERTOS GRISES

Ana María Shua

Ana María Shua

Ana María Shua nació en la ciudad de Buenos Aires, Argentina, el 22 de abril de 1951. Es Profesora en Letras por la Universidad Nacional de Buenos Aires y trabajó como publicista, periodista y guionista de cine. A los 16 años publicó su primer libro de poemas, El sol y yo. Como escritora se dedicó fundamentalmente a la narrativa y es autora de varios libros de cuentos y novelas, algunas de ellas llevadas al cine (Soy paciente y Los amores de Laurita). También escribió guiones para obras teatrales y es la autora del guión de la película Dónde estás amor de mi vida, que no te puedo encontrar. Ana María Shua es una gran especialista en microrrelatos (o también llamados cuentos brevísimos), que son historias de apenas dos o tres líneas de extensión. Cuatro de sus libros pertenecen al género del cuento brevísimo: La sueñera, Casa de Geishas, Botánica del caos y Temporada de fantasmas. Su vasta producción de libros para niños y jóvenes, la convirtió en un importante referente dentro de este género en la Argentina. Varias de sus obras fueron traducidas a otros idiomas y recibieron premios nacionales e internacionales. En 2004 la Fundación Konex distinguió su trayectoria profesional con el Diploma al Mérito en la categoría “Cuento”, galardón que se otorgó a los escritores más destacados en los últimos diez años.

Botánica del caos

Alí Babá

Qué absurda, qué incomprensible me parecía de chica la confusión del hermano de Alí Babá: casi un error técnico, una manifiesta falta de verosimilitud. Encerrado en la cueva de los cuarenta ladrones, ¿cómo era posible que no lograra recordar la fórmula mágica, el simple ábrete-sésamo que le hubiera servido para abrir la puerta, para salvar su vida? Y aquí estoy, tantos años después, en peligro yo misma, tipeando desesperadamente en el tablero de mi computadora, sin recordar la exacta combinación de letras que podría darme acceso a la salvación: ábrete cardamomo, ábrete cente¬no, ábrete maldita semilla de ajonjolí.

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El coleccionista ambicioso

Un hombre ambicioso se propone coleccionarlo todo. Reúne en su casa, convertida en sala de exposiciones, una colección de semillas, otra de objetos encontrados en la calle, otra de agua de la canilla (brotada de diversas canillas, a diversas horas del día). Colecciona pulóveres, pensamientos célebres y banales, boletos de colectivo, hojas de diarios elegidas rigurosamente al azar. Colecciona aguje¬ros, panes, envases de desodorantes vacíos. Cada año se ve obligado a mudarse a una casa más grande y luego cada seis meses. Finalmente comprende que sólo renunciando a toda clasifica¬ción podrá obtener la colección más completa, la colección de colecciones. La exhibe en el mundo entero.

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Aptitud y vocación

Sufrimos también aquellos que por falta de vocación contrariamos una aptitud natural. Los dedos de mis pies, por ejemplo, tienen el mal hábito del geotropismo, y persisten en crecer hacia abajo, adelgazados sus extremos, hundiéndose en la tierra al menor descuido. El peligro de echar raíces me obliga a permanecer siempre en movimiento, a preferir las caminatas o las carreras sobre el asfalto, a evitar por sobre todas las cosas pisar la tierra húmeda, a dormir boca arriba no más de un par de horas seguidas, aún a riesgo de que tanto ajetreo me haga caer las hojas antes de tiempo y malogre mis frutos, ya de por sí escasos y esmirriados.

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El iluso y los incrédulos

Hace calor. En el bar un grupo de hombres miran sin mirar los polvorientos rayos de luz que se filtran a través de la persiana. —Puedo caminar por esos rayos —dice el iluso. Los hombres se ríen y hacen apuestas. El iluso trepa de un salto a uno de los rayos de luz, intenta dar un paso tamba¬lean¬te y cae. Los incrédulos cobran sus apuestas.

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La flor azteca I

Cuando era chica, mi madre conoció a la Flor Azteca, una cabeza de mujer cuyo cuello muy fino cimbreaba en un jarrón. Hacía muecas, guiñaba los ojos, contestaba pregun¬tas y no se consideraba un espectáculo para niños. Sin embargo mi madre no lloró hasta que le explicaron que sólo se trata¬ba de un juego de espejos. Decepcionada pero incré¬dula, alcanzó a esconderse detrás de unas maderas pintadas. A la madrugada, cuando todos los espectadores se habían ido, salió trabajosamente del jarrón una mujer desnu¬da, dimi¬nuta, enjabonada. Una férula de metal en la base del cuello la ayudaba a sostener la cabeza erguida. “Nomás los chicos se dan cuenta de que esto no es un truco. Por eso no los dejan entrar”, le dijo la Flor Azteca. Y la convidó con un mate. Me parece imposible que mi madre haya sido niña alguna vez.

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La flor azteca II

Nada tan simple como reconocer una flor azteca en un sembra¬do de girasoles. El girasol eleva su corola siguiendo al astro rey. A la flor azteca, en cambio, el sol de frente le hace mal a los ojos.

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Flor azteca III

No te preocupes, parece una cabeza de mujer saliendo del jarrón como una flor pero no es, te lo digo yo que trabajo aquí, parecen péta¬los sus cabellos, ese cuello que se dobla como un tallo, pero quedate tranquilo, no es una flor cortada, de las que viven poco: hay un truco, hay un juego de espejos, yo lo he visto, parece jarrón pero es maceta con buena tierra negra, no es solamente una flor sino una planta muy fuerte, muy sana, yo la conozco bien, todos los días le riego las raíces, mírenla cómo sonríe, como habla y se menea, vivirá más que nosotros, sin duda más que yo, que ya soy viejo.

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El pájaro azul

Un hombre persigue al Pájaro de la Felicidad durante meses y años, a través de nueve montañas y nueve ríos, venciendo endriagos y tentaciones, tolerando llagas y desdi¬chas. Antepone la búsqueda del Pájaro a toda otra ambición, necesidad o deseo. El tiempo pasa y pesa sobre sus hombros pero el también el Pájaro envejece, sus plumas se decoloran y ralean. Lo atrapa en un día frío, desgracia¬do. El hombre es anciano y está ham¬briento. El pájaro está flaco pero es carne. Le arranca sus plumas todavía azules con cuidado, lo espeta en el asador y se lo come. Se siente satis¬fecho, breve¬mente feliz.

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La dieta estricta

La dieta estricta, sumamente estricta. Una naranja a la mañana, una gelatina a la tarde, un plato de uvas a la noche. La naranja, frotársela en el pelo, untar la gelatina dietética en la planta de los pies, introducirse las uvas en la oreja, desmenuzar el plato en trozos pequeños, ingerirlo lentamente para que dure más. A partir del tercer día empiezan a crecer las vortlijs en la zona del plexo, se recomienda podarlas en cuaresma.

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Los esquimales

Un grupo de esquimales juega a la pelota golpeando con paletillas de morsa una piel de foca rellena de musgo y arci¬lla. Todos conocen los ciento treinta y dos nombres de la nieve, pero no todos manejan el bate de hueso con la misma habilidad, no todos arponean ballenas con lanzas atadas a vejigas de caribú bien infladas, no todos pueden arrastrar dos focas muertas al mismo tiempo, no todos pueden alzar a un oso por las patas de atrás y revolearlo como si fuera una liebre: algunos sólo saben contar historias. Sin embargo, como cada año hay dos largos meses sin sol, los cazadores comparten con ellos el alimento. No sólo de carne y grasa vive el hombre, sobre todo en la oscuridad.

Fuente: Biblioteca Imaginaria (www.educared.org.ar)

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