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LOS PUERTOS GRISES

Armando Tejada Gómez

Armando Tejada Gómez

Nace en Mendoza, el 21 de abril de 1929, a orillas del zanjón Guaymallén. Hijo de Lucas Tejada, tropero, y de Florencia Gómez, casada a los 14 años. Hijo anteúltimo de 24 hermanos. Canillita, lustrador de zapatos, luego obrero de la construcción. A la muerte de su padre, con cuatro años, vive algunos meses en el campo, con su tía Fidela Pavón, quien le enseña las primeras letras. Es esa la única instrucción que recibió, pero, a los quince años adquiere un Martín Fierro y a partir de allí comienza a leer fervorosamente toda clase de lecturas, instruyéndose por su cuenta. Es entonces cuando comienza a despertarse su inquietud social, participando de jornadas de protesta, luchas obreras y políticas al mismo tiempo que comienza a expresarse a través de su poesía.
El gobierno militar instaurado en 1976 publica un listado de composiciones y autores prohibidos para su difusión en todo el ámbito de la república, donde figura su nombre y algunas de sus canciones más celebres. Declarado persona no grata por el gobierno de facto de la provincia de Santa Fe, es "deportado" a la provincia de Buenos Aires, en medio de la noche, luego de una frustrada actuación en la sala de la Lotería Provincial de dicha ciudad, en un festival a beneficio. Comienza así un largo periodo de oscurecimiento y ostracismo, prohibidas sus representaciones, la publicación de sus libros y la difusión de sus canciones. Sin embargo, la calidad de sus escritos lo hace merecedor de importantes reconocimientos.
Fallece en Buenos Aires, el 3 de noviembre de 1992.

El libro del viento

Mi canción es un libro
que se escribe con el viento
y una imprenta indeleble
-la guitarra del pueblo-,
a lo largo de América
lo imprime a cielo abierto.

Después, de boca en boca,
santo y seña del sueño,
va entre los hombres, cruza
las fronteras del miedo
y nombra al sometido
en su padecimiento.

Las muchachas azules,
los rudos marineros,
el labrador de pámpanos,
el quieto, el andariego,
andan con mi canción
sin posible sosiego.

Mi canción no le teme
al tumulto ni al fuego.
Todos pueden cantarla
y llevársela lejos.
Yo sé que cuando vuelva
tendrá un sonido nuevo.

¿Qué dice mi canción?
De todo en su momento:
asuntos de casados,
asuntos de solteros,
dolores, alegrías;
juglaría del viento.

Y si a veces estalla
en un grito violento
es porque al pueblo acallan
¡y duele ese silencio!
Hay un niño en la calle
A esta hora, exactamente,
hay un niño en la calle.

Le digo amor, me digo, recuerdo que yo andaba
con las primeras luces de mi sangre, vendiendo
un oscura vergüenza, la historia, el tiempo,
diarios,
porque es cuando recuerdo también las presidencias,
urgentes abogados, conservadores, asco,
cuando subo a la vida juntando la inocencia,
mi niñez triturada por escasos centavos,
por la cantidad mínima de pagar la estadía
como un vagón de carga
y saber que a esta hora mi madre está esperando,
quiero decir, la madre del niño innumerable
que sale y nos pregunta con su rostro de madre:
qué han hecho de la vida,
dónde pondré la sangre,
qué haré con mi semilla si hay un niño en la calle.

Es honra de los hombres proteger lo que crece,
cuidar que no haya infancia dispersa por las calles,
evitar que naufrague su corazón de barco,
su increíble aventura de pan y chocolate,
transitar sus países de bandidos y tesoros
poniéndole una estrella en el sitio del hambre,
de otro modo es inútil ensayar en la tierra
la alegría y el canto,
de otro modo es absurdo
porque de nada vale si hay un niño en la calle.

Dónde andarán los niños que venían conmigo
ganándose la vida por los cuatro costados,
porque en este camino de lo hostil ferozmente

cayó el Toto de frente con su poquita sangre,
con sus ropas de fe, su dolor a pedazos
y ahora necesito saber cuáles sonríen
mi canción necesita saber si se han salvado,
porque sino es inútil mi juventud de música
y ha de dolerme mucho la primavera este año.

Importan dos maneras de concebir el mundo,
Una, salvarse solo,
arrojar ciegamente los demás de la balsa
y la otra,
un destino de salvarse con todos,
comprometer la vida hasta el último náufrago,
no dormir esta noche si hay un niño en la calle.

Exactamente ahora, si llueve en las ciudades,
si desciende la niebla como un sapo del aire
y el viento no es ninguna canción en las ventanas,
no debe andar el mundo con el amor descalzo
enarbolando un diario como un ala en la mano,
trepándose a los trenes, canjeándonos la risa,
golpeándonos el pecho con un ala cansada,
no debe andar la vida, recién nacida, a precio,
la niñez, arriesgada a una estrecha ganancia,
porque entonces las manos son dos fardos inútiles
y el corazón, apenas una mala palabra.

Cuando uno anda en los pueblos del país
o va en trenes por su geografía de silencio,
la patria
sale a mirar al hombre con los niños desnudos
y a preguntar qué fecha corresponde a su hambre
que historia les concierne, qué lugar en el mapa,
porque uno Norte adentro y Sur adentro encuentra

la espalda escandalosa de las grandes ciudades
nutriéndose de trigo, vides, cañaverales
donde el azúcar sube como un junco en el aire,
uno encuentra la gente, los jornales escasos,
una sorda tarea de madres con horarios
y padres silenciosos molidos en la fábricas,
hay días que uno andando de madrugada encuentra
la intemperie dormida con un niño en los brazos.

Y uno recuerda nombres, anécdotas, señores
que en París han bebido
por la antigua belleza de Dios, sobre la balsa
en donde han sorprendido la soledad de frente
y la índole triste del hombre solitario,
en tanto, sus señoras, tienen angustia y cambian
de amantes esta noche, de médico esta tarde,
porque el tedio que llevan ya no cabe en el mundo
y ellos son los accionistas de los niños descalzos.

Ellos han olvidado
que hay un niño en la calle,
que hay millones de niños
que viven en la calle
y multitud de niños
que crecen en la calle.

A esta hora, exactamente,
hay un niño creciendo.

Yo lo veo apretando su corazón pequeño,
mirándonos a todos con sus ojos de fábula,
viene, sube hacia el hombre acumulando cosas,
un relámpago trunco le cruza la mirada,
porque nadie protege esa vida que crece
y el amor se ha perdido
como un niño en la calle...

Oración a la bandera

Quédate en el cielo, amor,
no bajes.
Aquí abajo, los grises
son tan grises
que, de algún modo gris,
van a ultrajarte.

Y sos tan linda allá,
tan nomeolvides,
-simple ademán de madre
por el aire-
que si caes, amor,
con la ternura
conque caen las hojas
de los árboles;
si llegas a caer,
acaso nunca
vuelvas a ser tan cielo
ni tan madre.

Déjanos a nosotros,
los humildes,
los que nunca te usamos
ni abusamos de tu inmenso
silencio planetario,
que cuidemos la altura
donde habitas,
celestemente hermosa,
como el aire.

Déjanos a nosotros.
De los otros,
es piadoso no hablarte.

Trapitos al sol

Qué decoro, doña Clara: ¡el ser pobre pero honrada!

Siempre empinada en su orgullo, la buena de doña Clara,
se desloma trabajando de la noche a la mañana.
de la mañana a la noche de la noche a la mañana.

Pero, pobre, a veces miente, para no mostrar la hilacha.
Suele mentir cuando dice: "En casa no falta nada”.

Piensa que tiene la culpa de ser pobre, doña Clara,
aunque deje hasta el resuello mientras lava que te lava
repitiendo a cuatro vientos: "En casa no falta nada”.

Su chico dejó la escuela, su chica está de mucama,
al alba salen los tres y es como un látigo el alba.

¡Qué clara bondad de pan, la bondad de doña Clara!
Con su piadosa mentira le lava al mundo la infamia
de la mañana a la noche, de la noche a la mañana.

De día se pone oscura, de noche se pone clara,
le falta cinco pa’l peso pero el peso no le alcanza.
¡Qué clara bondad de pan, la bondad de doña Clara!

Canción con todos

Salgo a caminar
por la cintura cósmica del sur,
piso en la región,
mas vegetal del viento y de la luz;
siento al caminar toda la piel de América en mi piel
y anda en mi sangre un río
que libera en mi voz su caudal.Sol de Alto Perú,
rostro, Bolivia, estaño y soledad,
un verde Brasil,
besa mi Chile, cobre y mineral;
subo desde el sur
hacia la entraña América y total,
pura raíz de un grito
destinado a crecer y a estallar.

Todas las voces todas,
todas las manos todas,
toda la sangre puede
ser canción en el viento;
canta conmigo canta,
hermano americano,
libera tu esperanza
con un grito en la voz.

Un grito de ida y vuelta

Es de andar el país que traigo el rostro
azotado de polen, azotado
por un mapa desmedido,
por una enormidad de olvido largo.

Pasan las estaciones como tumbas
mientras los trenes pasan
desvaneciendo ranchos y chilcales
y regiones de arena interminable.
A veces queda en la pupila, ardiendo,
la sal de una mirada
donde la muerte talla en la pobreza
algún niño de trapo,
y aquella vasta soledad que crece
en la geografía del espanto.

Vengo de andar país. No impunemente
tengo un país delante.
Su gaviota a mi puerta. Sus raíces
de guitarra en la sangre.
Por ser nomás, no soy. Soy si me incumbe
entera su distancia.
Ando territorial y amaneciendo
en el velamen de su madrugadas,
protagonista de su luz enorme
como una llamarada.

Por eso cuando vuelvo no me puedo
el silencio que me traigo.
De ver el país por dentro no me caben
los ojos en la cara:
rostros y voces, nombres y apellidos
me acosan preguntando
por el futuro que jamás empieza,
por la reforma agraria,
por las postergaciones y el bochorno
del latifundio rata,
por el sometimiento que nos urden
a espaldas del alba,
por el miedo animal que merodea
con sus brujas gendarmes,
por los niños que crecen casi inermes
entre tanta mentira organizada,
entre décadas de hambre y de desprecio
y discursos y salmos
que no cree ni dios porque ayer mismo
un niño murió de hambre
y en La Rural un toro batió todos
los récords de subasta
y en Inglaterra a Borges lo nombraron
doctor honoris causa.

Por eso cuando vuelvo demolido
de ver a mi país crucificado
estalla en mi guitarra como un grito
el silencio que traigo.

Geografía de la tonada

Desde una desmemoria de volcanes
se me arrojan las manos a palomas,
a pájaros se arrojan, a herederos,
desde una trepidante desmemoria,
con un ritmo quebrado en las mujeres,
en el codo frutal y en el jadeo:
amplias alas polares me sacuden
esta urgencia de silbos y de vértigos.

El son, digo el tambor, la avispa encinta
percutía en el árbol, retumbaba,
le mordía las piernas a la aurora,
a la infinita virgen de la escarcha,
se movía a cantar, a andar sonando
por un ancho rocío de campanas,
por la inmediata carne de la alondra,
que con un trópico sonoro adentro
subía a responder batiendo el alba.

Y la madera supo. Y supo el viento.
Y rechinó una fábula de cañas.
Perfiles a nacer, tímpano el tiempo,
acudieron a fuerza y a mansalva,
porque el sonido al fin, porque la sombra,
sabían del milagro y lo danzaban.
Rondaba el vegetal, crujía el brote
con el sol acoplado a las espaldas,
con duras cuñas de vigor en lo íntimo
y un diluvio de hongos y de malvas.

Desde entonces a mí: la esfera ciega,
la potencial succión, la llamarada,
la cadencia creciendo en locos círculos
sus gigantes de música en mi carne:
tanto como la piedra y siempre el agua
me aturden la guitarra con sus viajes,
emigran sus estrellas por mi boca,
pregonan sus rituales con mis manos.

Cuerpo ya, pentagrama transitable,
cerca del corazón queda la hierba.
Respiraré el aroma y el volumen
porque sin solidez, porque con aire,
porque con carne al viento y con arterias,
porque ya transitado y transitable,
me muero universal como la muerte:
igualitario, libre y nazco unánime,
aledaño a los pájaros, creciendo,
camarada animal subo a la vida
con vítores de sauces y magnolias,
sinfónico y alegre, saludando.

(Pachamama) Fragmento final

Estar. Permanecer.
Vertical.
Estar para el amor, simplemente, creando
el camino del hombre que estamos aguardando.

Me pierdo por los besos,
la canción,
los abrazos:
las brújulas brillantes, universales, blancas.
Llamo desde mis hombros las grandes resonancias
con un vaso de vida
chorreándome las manos.

Nunca más de rodillas,
nunca más a pedazos,
nunca más a la muerte
sin haber respirado.
Nunca más como topos,
nunca más acosados.
El hombre por sí mismo
hasta él mismo lanzado,
hasta su envergadura,
hasta el hombre soñado.
Nunca más a las armas,
nunca más al soldado.
Proyectarse hasta el otro,
hasta el mejor logrado.

Búscate por tu rostro,
lávate con mi canto.

Estoy en la esperanza.

Despertarás conmigo.

Con un pan y una estrella,
alumbrando los siglos.

Fuente: Página oficial Armando Tejada Gómez (www.tejadagomez.com.ar)

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