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LOS PUERTOS GRISES

Carlos Marianidis

Carlos Marianidis

Carlos Marianidis nació en Buenos Aires. Cursó estudios de violín, teatro y psicología. Autor de poesía, cuento, teatro y novela, ganó —entre otros— tres veces el premio "Ariel Bufano" de la Universidad de Morón, el de Creación Artística de la Universidad de Belgrano, el "Pablo Neruda" de la Embajada de Chile y el "Casa de las Américas" por la novela Nada detiene a las golondrinas.

Pedir un deseo.

En el barrio donde vivo yo pasa algo muy raro.
La que empezó todo (sin darse cuenta) fue Liset. El día del cumpleaños la encontramos en el pelotero. Apenas la vimos, nos colgamos de las redes para asustarla y la perseguimos toda la tarde por unos túneles que tenían muchas curvas con agujeros para salir y caer en tobogán arriba de un millón de pelotitas de colores.
Cuando ya no podíamos más del cansancio, un payaso nos llamó a sentarnos a la mesa larga, la de las botellas y los vasos blancos. Arriba de nosotros, muy, muy arriba, el techo estaba repleto de globos. Liset no dejaba de mirarlos. Después se apagaron las luces y nos asustamos un poco, pero los grandes empezaron a cantar una canción que sabían y el miedo pasó. Enseguida, la cara de mi amiga se iluminó, porque el padre prendió un encendedor y lo acercó a una vela con forma de oso. Y a otra. Y a otra. En total, seis. Recién entonces me di cuenta de que debajo de los osos había una torta enorme de chocolate, alta como una montaña. La sombra de la torta se movía de aquí para allá. Mamá me dijo que para pedir un deseo había que tener los ojos cerrados.
—¿Qué es un deseo? —le pregunté. —
Es algo que te gustaría que te pasara, que se cumpliera, que se hiciera realidad.
Liset infló los cachetes y le quedó la boca de conejito. Sopló las seis velas juntas y cuando todo estuvo oscuro otra vez, el salón se llenó de luz, como si la señora que estaba sacando fotos hubiera usado un flash gigante. De pronto, hubo un trueno y afuera empezó a llover.
Para colmo, del techo salió una música fea, una canción horrible. Algunos nos miramos, pero los grandes la cantaron toda, moviendo las manos y haciendo caras. Dijeron que no, que cómo iba a ser fea si ésa era la música de cuando ellos eran chicos. Igual nos escapamos y jugamos una guerra con los pedazos de torta que encontrábamos en los platos cuando volvíamos del pelotero para tomar algo, pedir pis o limpiarnos la sangre que nos salía de la nariz cada vez que nos acertaban un golpe. Al final, nos divertimos hasta cuando salimos a la vereda, porque seguía lloviendo y nos empujábamos fuera de los paraguas para ver quién se mojaba más.
Esa semana, en la escuela, a Liset y a mí nos empezaron a hacer bromas, porque nos sentábamos juntos y en los recreos compartíamos las galletitas que le daban en la casa y el alfajor mío. En la hora de trabajo manual, a ella le gustaba probar sus sellos de papa en mi guardapolvo y a mí, pegarle flores de plastilina en el pelo. Nuestro color preferido era el violeta.
Cuando llegó mi cumpleaños, pedí un deseo que nunca va a saber nadie. De cualquier manera, no se cumplió, porque los padres de Liset se mudaron a otro país.
Lo que sí se cumplió fue el deseo de ella.
El último día que la vi le pregunté qué pensó antes de apagar las velas. Me dijo que había pedido que bajaran todos los globos que estaban allá arriba, muy alto; que se los quería llevar a la casa. Lo debe haber deseado con mucha fuerza, porque todavía hoy siguen apareciendo. En la calle donde jugábamos. En el cordón de la vereda. En la fuente de la plaza. Y en todos los charcos. Mamá dice que son burbujas. Pero yo sé que son los globitos de Liset, que se caen de a miles cada vez que llueve y me acuerdo de ella.

*o*o*o*o*

Grillo Gómez

Hacía tiempo que Grillo Gómez estaba solo, en medio de su pequeña zanja tocando y tocando —¡crí-crí… crí-crí!— sus canciones, sentado en el mismo junco de siempre.
Vivía muy triste porque era maestro de música y en ese lugar no había a quién enseñarle y, por tanto, se aburría todos los días.
De noche miraba el cielo, buscaba una estrella y jugaba a que ella le cantaba —¡chis-chis… chis-chis!— cada vez que titilaba; entonces él la acompañaba —¡crí-crí… crí-crí!—. Y así, hasta quedarse dormido.
Una madrugada, mientras todo era silencio, una lluvia suave, suave, comenzó a caer. Y cayó tanta, tanta agua durante horas, que la zanja creció como un río. Grillo Gómez se despertó por el frío y descubrió que estaba completamente mojado.
Asustado, se abrazó a su junco, que se agitaba sin cesar. De pronto, sobre el agua, vio encenderse y apagarse un faro amarillo… Trepó hasta la hoja más alta y miró con atención.
—¿Quién anda ahí? —gritó.
Nadando a toda velocidad, dos renacuajos empujaban —uno de cada lado— una hoja seca sobre la cual iba sentada una luciérnaga que cada vez que movía las alas parecía un relámpago.
—¡No se asuste, maestro! —dijo una voz ronca—. Somos los hermanos Rena; más rápidos que un delfín, más fuertes que una ballena.
—¿Y qué llevan ahí? ¿Una lámpara?
—¡Nooooo…! —contestó el otro renacuajo, atando ya el cabo de la hoja al junco—. Es nuestra amiga Lucía; nos conocimos en el viaje; a ella la trajo el viento y a nosotros, el oleaje.
Lucía batió las alas y de su vientre diminuto salió una luz brillante que significaba "Buenas noches".
—Nosotros, atentamente, lo escuchamos día a día desde la zanja de enfrente —agregó el renacuajo.
—¡Gracias! —exclamó Gómez entusiasmado—. ¿Por qué no se quedan hasta que aclare? ¡Es muy peligroso que sigan adelante!
Contentos con la invitación, los visitantes se quedaron.
A la mañana siguiente, el sol asomó su cabezota colorada sobre el horizonte y el agua empezó a bajar. La corriente había dejado sobre la orilla un montón de palillos, una botella gigante de plástico, media nuez vacía y un periódico desteñido.
Los primeros en abrir los ojos fueron los hermanos Rena, que golpearon apenas la hoja para que Lucía se despertara.
Luego, Grillo Gómez bajó de su refugio, a darles los buenos días.
—¡Hola, amigos! ¿Durmieron bien?
—¡Sí, maestro! —contestó, desperezándose, un renacuajo—. Su almohada de junco es muy cómoda.
—Y su zanja es más tranquila que una linterna sin pila —bostezó el otro.
También Lucía dijo algo con su luz, pero como ya era de día, ninguno la pudo ver.
—Bueno, Gómez… Todo está muy lindo, el peligro pasó, pero tenemos que irnos —agradecieron amablemente los renacuajos.
Grillo Gómez, con la mirada triste (porque nuevamente se quedaría solo), les ayudó a desatar la hoja de su junco y antes que partieran les tocó sus más hermosas melodías.
Al terminar, los hermanos Rena palmearon a rabiar el agua con sus colas, manitas y patitas y Lucía abrió las alas como diez veces.
De repente, uno de los renacuajos se llevó la mano al mentón y se quedó pensando un rato.
Después le dijo algo al oído a su hermano y éste a Lucía.
—¿Estarían todos de acuerdo? —preguntó, en tanto que Grillo Gómez, intrigado, enfundaba su instrumento.
—Maestro: ¿qué tiene que hacer aquí?
Gómez, sin levantar la vista, habló melancólicamente.
—Éste es mi lugar… es aquí donde tengo que estar…
—¡Pero si aquí nadie le escucha! —replicó el renacuajo, confundido —. ¿No le gustaría tocar en otras zanjas, conocer otro sendero, que lo aplauda mucha gente y, además, ganar dinero…?
—Y… sí, pero no me puedo ir de aquí… Aparte, no sé si a los demás les gustará lo que toco… si no me dará vergüenza… si…
Entonces, antes de que Grillo Gómez siguiera lamentándose, los hermanos se sumergieron y al rato aparecieron con una nuez partida al medio que habían visto cerca de allí.
—Maestro —se acercó a hablarle casi al oído un renacuajo—, use la imaginación. Lo más bello que hay es poder darles a los demás lo que uno sabe hacer. Estoy seguro de que con la idea que tengo, usted va a ser más feliz que ahora y podrá vivir haciendo su música a toda hora…
¿Y saben cómo termina esta historia?
Todas las noches, los hermanos Rena pasean —uno de cada lado— su cascarón de nuez, como si fuera una góndola. Y dentro de ella, iluminado por el farolillo de Lucía, Grillo Gómez da conciertos y serenatas a los enamorados que quieren salir a navegar.
Y algunas veces, cuando hay luna llena —si uno se fija bien, pero bien—, se puede ver a las parejas de hormigas o de escarabajos, haciendo fila para comprar sus boletos y dar una vuelta en góndola, al romántico compás del ¡crí-crí… crí-crí! de Grillo Gómez.
Y, como dirían los hermanos Rena:
Si quieres cumplir tu sueño,
toca y toca tu canción:
sólo hay que poner empeño
¡y seguir al corazón!

*o*o*o*o*

Macedonio

En la ciudad de Buenos Aires, en una de las cuatro esquinas que forman las calles Viamonte y Libertad, hay un árbol enorme. Un gomero. Su copa es tan frondosa que en el invierno les da abrigo a cientos de gorriones, y en verano, hombres, mujeres, chicos, perros y gatos se sientan en círculo a descansar bajo su sombra.
Como no podía ser de otra manera, para soportar el peso de tantas ramas y hojas, el gomero posee un tronco muy grueso y una poderosa raíz, dividida en miles de "sogas" marrones y verdes que se atan a la tierra una y otra vez, para que el árbol no se tambalee ni con los vientos más fuertes. El tamaño de la raíz entera es tan grande como el de la copa, pero nadie lo nota, porque está (¡qué novedad!) toda debajo del suelo. Apenas una parte sobresale allí, donde se une con el tronco y forma una maraña de nudos y huecos oscuros como pequeñas cavernas. En uno de esos huecos vivía Macedonio.
Macedonio era un mantis, es decir, uno de esos bichitos verdes, largos, flacos, feísimos, de andar lento y misterioso, que al menor ruido parecen juntar sus manos como para rezar.
Pero éste no era un mantis cualquiera. No, señor. Macedonio era músico.
Es cierto: él no sabía nada de pentagramas, ni de fusas ni de corcheas; sin embargo, algo en su alma se transformaba cada vez que escuchaba una melodía que le agradaba. Lo había descubierto aquella mañana en que dos jóvenes se sentaron cerca de su cueva y desenfundaron unos instrumentos que él jamás había visto; algo así como guitarras muy grandes que colocaban entre las piernas y en vez de tocar con una mano, lo hacían pasando sobre las cuerdas un palito de madera.
Gracias a la muchacha —que era la que más hablaba—, Macedonio se enteró de que los que sonaban tan deliciosamente eran violonchelos, que los músicos estaban practicando para un concierto y que la melodía que ensayaban era de un señor llamado Bach.
Hasta ese momento, Macedonio sólo había oído la radio, algún casete, alguna persona que pasaba silbando o tarareando, e ignoraba que una música así pudiera existir; esa vibración que abrazaba todo su cuerpo era algo nuevo que no podía entender. Y lo más maravilloso fue que, por primera vez en su vida, Macedonio supo lo que era llorar: sin saber qué estaba sucediendo. Sintió que dos lágrimas iban empujando hacia afuera desde sus ojos, hasta salir, caer y hacer ¡plop! sobre el polvillo que cubría la entrada a su gruta. ¡Ah, eso era la música! ¡Cómo deseaba aprender a tocar así!
Asombrado, sorprendido, intrigado, Macedonio se acercó a los músicos y se acomodó detrás de un trébol. Desde allí, con sus manos en posición de oración, disfrutó de media hora de la más delicada armonía que hubiera podido imaginar hasta que, finalmente, los jóvenes se pusieron de pie, guardaron con mucho cuidado sus relucientes instrumentos, cruzaron la calle tomados de la mano y entraron en un gigantesco y antiguo edificio.
Esa noche, Macedonio apenas pudo descansar, pensando en todo lo que había ocurrido. Y soñó —entre despierto y dormido— que él daba un concierto de violonchelo ante un numeroso público que lo escuchaba en respetuoso y emocionado silencio.
Al día siguiente, apenas vio que el cielo comenzaba a ponerse anaranjado con el amanecer, trepó unos metros por el tronco del ombú, para ver mejor si aparecía nuevamente la pareja.
—¡Buen día, Mace! ¿Qué estás haciendo por estas alturas? —lo saludó Anita, la langosta, mientras aserraba con la pata un trozo de hoja para el desayuno.
—¿Eh…? ¡Ah, hola, Anita! Me asustaste. Estoy buscando a dos personas que estuvieron aquí ayer, haciendo música.
—¿Los de los guitarrones?
—¡Sí, sí, esos mismos!
—No los conozco. Es la primera vez que los veo.
—Yo no. Yo los veo todos los días —gritó (desde más arriba) Nuria, la araña.
—¿De verdad? —levantó la vista Macedonio, esperanzado.
—Por supuesto. Tocan en el teatro que está aquí enfrente, el Colón. Pero falta mucho para que vengan.
—¿Y cómo sabés a qué hora van a llegar?
—Es fácil. Cuando el resplandor del sol dé en el octavo hilo de mi telaraña, será el momento. Nunca fallan.
Anita invitó a su mesa a los vecinos y, luego de comer algo, los tres se dedicaron un largo rato a mirar el reloj de sol de Nuria.
Por fin, el instante llegó y —tal como la dueña del reloj lo anunciara— los concertistas aparecieron. La araña, la langosta y el mantis, sentados en la misma rama, escucharon la hermosa melodía del día anterior, la cual ya comenzaba a grabarse en los oídos de Macedonio, que tenía excelente memoria.
De ese modo, diariamente, Nuria y Anita —desde las alturas del ombú— fueron testigos de cuánto amaba la música su amigo y, a la vez, cuánto sufría por no poder hacer música él también.
Pasó el tiempo. Y una noche fría, muy tarde, Anita voló frente a la casa de Macedonio y vio a éste dar vueltas y sollozar alrededor de una cáscara de maní con forma de número ocho, para luego alzarla con muchísima dificultad y colocarla entre sus patas, como hacían los músicos con sus violonchelos.
—¡Eh, Mace! ¿Qué estás haciendo?
El mantis, descubierto, soltó enseguida su "instrumento", que cayó y quedó dando vueltas en el suelo, como un trompo.
—No… nada… ¿Qué necesitás?
—¿No tenés alguna maderita que te sobre? Se me está apagando el brasero y no tengo leña seca.
Macedonio miró de reojo la cáscara y contestó amargamente. —Llevate eso… A mí no me sirve.
Anita cargó el maní sobre su espalda y se fue lentamente, preocupada por su vecino.
—¡Gracias, Mace! ¡Sos muy bueno!
A los pocos minutos, en otra parte del árbol, Nuria sintió una vibración sobre su tela: alguien estaba caminando sobre ella.
—¿Quién es?
—¡Soy yo! —dijo Anita en voz baja, para no despertar al vecindario.
—¿Qué ocurre?
—Vine a verte, porque se me ocurrió que le podríamos dar una sorpresa a Mace, para que vuelva a estar alegre como antes.
—¡Uy, pero yo no tengo qué regalarle! —se lamentó la araña. —¡Estás equivocada! Solamente vos me podés ayudar. Acompañame a casa.
Y allí se fueron. Anita entró primero y enseguida salió empujando la media cáscara de maní.
—¿Qué te parece? —preguntó.
—¿Qué me parece qué? —preguntó a su vez Nuria, sin entender.
—Ah, sí. Me olvidé de algo —se corrigió la langosta y volvió a meterse en su casa para salir esta vez con dos fósforos de madera—. Ahora sí está todo… ¿qué tal?
—¿Qué tal… qué?
—¿Cómo qué? ¡El violonchelo! ¡Le vamos a fabricar un violonchelo a Mace!
Aquí está la caja, el palo grande para sostenerla, el palo chico para tocar…
—¡Sí, qué fácil! ¿Y cómo lo encolamos? ¿Y la cerda para el arco? ¿Y de dónde sacamos las cuerd…?
Y antes de terminar de decir cuerdas, Nuria se dio cuenta de que su amiga había tenido una idea genial.
—¿Ahora entendés por qué sos la única que me puede ayudar? —preguntó Anita, con una sonrisa de antena a antena.
Y esa misma noche, aprovechando que había luna llena y se veía bien, Nuria pegó las partes del violonchelo de la manera como unía la tela en que vivía y, con igual cuidado, hizo cuatro cuerdas reforzadas y las colocó —bien tirantes— a lo largo del instrumento. Mientras, Anita afinaba el fósforo pequeño para armar el arco al que (ya con el sol sobre el horizonte) le soldaron entre las dos un manojo de hilos delgadísimos y plateados. Y antes de que el mantis despertara, ambas dejaron el regalo en la entrada de su cueva, con un ramillete de manzanillas y una tarjeta de alelí.
Después de varios días, los dos concertistas siguen sentándose bajo la sombra del ombú, pero ahora todos los animalitos del árbol bajan apurados a ocupar los huecos libres del tronco y las raíces, porque los violonchelos que ensayan son… ¡tres! . . .
Nota:
Si alguna vez vas al Teatro Colón, fijate en el programa. Al final de la formación de la orquesta estable, en letra chiquita, dice: Violonchelo invitado ……………… Macedonio Rostropovich
(que es su nuevo nombre artístico).
Aunque para todo el vecindario del ombú, él sigue siendo Mace, a secas.

*o*o*o*o*

Las sombras perdidas

Había una vez en Colombia, cerca del río Bogotá, un bosque escondido que tenía árboles de todas las especies.
En el bosque se alzaba una casita blanca, con un altillo. Y en el altillo, todos los días, Gato Crayón y Gata Pinturita se sentaban con sus caballetes, sus telas y pinceles, a pintar paisajes montañosos desde el balcón.
Una mañana se despertaron, se saludaron como siempre, se lavaron las manos, la cara, los dientes y mientras Gata Pinturita preparaba el desayuno, Gato Crayón abrió el ventanal del altillo y vio que estaba todo nublado y hacía frío. Entonces, ambos decidieron quedarse a trabajar adentro.
Él pintó un cuadro de la tetera y sus tacitas y ella, otro de un plato con manzanas y uvas.
Ya estaban lavando los pinceles, cuando escucharon que golpeaban a la puerta. Crayón bajó a abrir y no vio a nadie, así que cerró, pensando que había sido el viento.
—¡Eh, espere, no se vaya! —gritó alguien.
El pintor abrió otra vez, pero afuera no había ni un pajarito.
—¿Quién habló? —preguntó, intrigado.
— ¡Aquí… aquí abajo! ¡Somos nosotras! —contestaron varias voces. —
Crayón bajó los ojos y no pudo creer lo que veía: una multitud de sombras se movía en el suelo, murmurando y pataleando.
Enseguida llegó Pinturita, que al ver a Crayón hablando solo, se acercó a preguntarle si se sentía mal.
—¡No, señora! ¡Está hablando con nosotras! —le indicó una sombra que se movía de un lado a otro.
—¿Y quiénes son ustedes…? —gritó Pinturita, mientras se le paraban todos los pelos de la cabeza.
—Somos las sombras del bosque, señora. Disculpe si los asustamos, pero hace horas que estamos perdidas, porque hoy no salió el sol y no nos acordamos dónde vivimos.
Gato Crayón y Gata Pinturita recobraron la calma e invitaron a las sombras a pasar.
—Todos los días, cuando sale el sol, yo salgo de mi árbol y me estiro, me estiro —contó una sombra de naranjo— hasta que llego a su puerta.
—Sí, yo también —agregó una sombra de eucalipto—, y después voy volviendo de a poquito, hasta que me meto en mi tronco hasta el día siguiente.
—Y como la única casa que conocemos es la de ustedes, vinimos a pedirles ayuda —sollozó una sombra flacucha de sauce.
Crayón, preocupado, encorvó su espalda y se puso a caminar en círculos.
Pinturita, por su parte, se quedó pensativa un largo, largo rato.
Los minutos pasaron… pasaron…
—Bueno… No importa —susurró resignada una sombra de pino—. Ya nos vamos a arreglar de alguna manera. —Y comenzó a irse por debajo de la puerta, seguida por sus compañeras.
Ya estaba saliendo la última sombra, cuando algo maravilloso sucedió.
—¡Esperen! ¡Tengo una idea! —gritó Pinturita, tan contenta, que Crayón se asustó y saltó sobre la chimenea.
A continuación, en tanto que las sombras volvían, ella subió al altillo y bajó con un montón de cuadros. Las sombras la miraron sin entender nada, pero cuando observaron detenidamente las pinturas, todas se abrazaron y bailaron, locas de alegría: allí estaban los paisajes que los pintorcillos habían copiado en sus telas… el sol, las nubes, el río y cada árbol… ¡con su sombra!
—¡Ésa soy yo! —se reconoció una.
—¡Oh, miren hasta dónde llegué aquí! —dijo otra.
—¡Y mírenme a mí, qué bonita me hicieron! —se alegraron todas.
Entonces, Crayón, que había bajado ya de la chimenea, tomó de la mano a Pinturita, ésta tomó de la mano a la sombra de naranjo, que tomó a la del eucalipto, que tomó a la del pino… y así se armó un tren que recorrió el bosque, cantando y riendo.
Y cuando la última sombra fue dejada en su sitio, Gato Crayón y Gata Pinturita volvieron felices a su casa, a seguir pintando.
Desde ese día, cada vez que sale el sol, las sombras se estiran, se estiran, hasta llegar —a veces— al altillo, y se quedan quietas para que las retraten.
Y si ven que la pareja de pintores está descansando, la envuelven en un fresco abrazo, la besan y luego se van silenciosamente, cada una a su árbol, ya seguras de que nunca más se van a perder en el bosque.

Fuente: Revista Imaginaria ( www.imaginaria.com )

Presentación

Presentación

Este es un espacio dedicado a mis alumnos -los que fueron, los que son, los que serán- e imaginado como invitación a participar en la prodigiosa aventura de leer.
De allí nombrarlo como el lugar secreto, el punto de partida donde los seres élficos zarparon hacia las tierras imperecederas de Valinor. El fascinante Reino de la Magia, situado más allá de los círculos de la Tierra y sólo accesible para aquellos capaces de aceptar el desafío del viaje.

Bienvenidos a: Los Puertos Grises

Silvia Schujer

Silvia Schujer

Silvia Schujer nació en Olivos, provincia de Buenos Aires, en 1956. Cursó el Profesorado de Literatura, Latín y Castellano, y completó estudios de piano y canto. Dirigió coros infantiles para diferentes sellos discográficos. Fue colaboradora en varios medios gráficos dirigidos a los chicos desarrollando proyectos de promoción de la lectura, coordinando talleres y redactando guías de actividades y formó parte del Consejo de Dirección de la revista especializada en literatura infantil y juvenil La Mancha.
Recibió el Premio Casa de las Américas en el rubro Literatura Infantil-Juvenil; figuró en la Lista de Honor de ALIJA (Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina); obtuvo una Mención Premio Nacional de Literatura (rubro infantil-juvenil) y participó de la Lista de Honor de IBBY 1994.

Márilin nunca aprendió a nadar.

Es de noche. La hora en que el mar y la arena reorganizan su intimidad.
Sentada sobre una roca, Márilin mira la luna y escucha las olas cuando se rompen.
La playa está desocupada.
Vacía.
Algo se recorta en el paisaje.
Es alguien.
Márilin echa un vistazo y distingue a una persona que se desliza por la playa cargando una valija.
Se inquieta. Una brisa fresca le eriza la piel de los brazos. Cree que es mejor alejarse cuando recuerda que es su último día de vacaciones.
Márilin no se mueve y, aunque trata de mirar hacia otra parte, ve a la persona que apoya la valija sobre la arena. Que la deja. Que se para frente al mar. Que da pasos hacia la orilla. Que no se detiene cuando el agua le moja los muslos, los hombros, el cuello. Que ya no vuelve cuando ella se estira sobre la roca y le hace señas con las manos. Que no regresa cuando ya pasaron cuatro horas y sus ojos empecinados siguen buscando en el medio del mar.
A instantes de que amanezca, Márilin renuncia a la espera y decide volver al hotel.
Baja de las rocas. Se desplaza unos metros por la playa. Deambula sin aliento hasta alcanzar la valija.
La valija es una caja de cuero rectangular.
Chica. Marrón. Rígida. Antigua.
Está herméticamente cerrada y sin llave a la vista.
Sólo cuando intenta levantarla Márilin toma conciencia de su extraordinario peso.
La arrastra por la arena borrando tras sus pasos las huellas de sus propios pies.
Está exhausta.
Duda entre ir a la policía o volver al hotel por su equipaje.
Mira el reloj. Es tarde. Su tren está a punto de salir.
Cuando llega a la vereda pasa un taxi.
Lo para. El chofer detiene el coche, baja y antes de que Márilin se lo pida, carga la valija en el baúl.
El hombre abre la puerta. Márilin se desploma en el asiento trasero.
—Rápido —murmura. Y mientras busca su pasaje en la cartera el auto arranca con destino a la estación.
Las últimas imágenes del verano se deshacen contra la ventanilla una calle tras otra.
Con la ayuda de un changador, Márilin atraviesa el andén hasta encontrar el vagón que le corresponde.
Pide permiso al otro ocupante de su asiento y se acomoda.
Recién cuando llega a su departamento cae en la cuenta de lo que ha perdido.
Extraña su ropa, su crema, su cepillo de dientes.
Se adormece poseída por la confusión.
Cuando se recupera, evoca la valija abandonada.
La dejó en el living apenas entró.
Busca cerrajeros en la guía y llama al que está más cerca.
En menos de una hora, un hombre toca el timbre de su casa.
Pasa.
Mira la maleta.
—¡Qué vejestorio! —suspira el hombre y se ríe como si su expresión fuera un hallazgo.
Estudia el candado.
Por fin saca una llave alargada y la hace girar en la pequeña cerradura.
—Listo —dice a Márilin. Y sin moverse de su lado (los dos están de rodillas frente al extraño equipaje) agrega en actitud de espera—. Puede abrirla.
Como Márilin no la toca, el hombre intenta animarla acercando sus propias manos. Y está a punto de destaparla cuando ella se lo impide con un gesto brusco.
El señor pide disculpas.
Márilin se apresura a pagarle. Lo acompaña a la puerta. Le agradece los servicios prestados y le indica el rumbo hacia el ascensor.
Sola en su departamento, Márilin se acerca a la valija y la abre de golpe. Se aleja como si de ella fuera a surgir algo incierto y, en efecto, sin darse cuenta de cómo ocurre, del interior brota una ola de agua salada que pega contra el techo, que rompe contra el piso, que vuelve a elevarse, que desparrama su volumen por todo el departamento, a más de un metro noventa centímetros de altura, haciendo que Márilin se revuelque desde una a otra pared, permitiéndole asomar la cabeza a la superficie cada vez con menos frecuencia porque ella nunca aprendió a nadar y siempre supo que se ahogaría allí donde no hiciera pie.
Movido por la curiosidad que le produce el alboroto, lejos de tomar el ascensor que lo conducirá a la salida, el cerrajero se ha quedado espiando a la dama por la mirilla que ella siempre olvida tapar, de manera que apenas suceden las cosas, el hombre se pone en acción.
Fuerza la cerradura con la primera herramienta que encuentra, abre la puerta del departamento de Márilin y como un experto salvavidas la saca a flote. Sujetándola con un brazo y dando brazadas con el otro, el cerrajero llega hasta el ventanal que da al balcón y lo descorre.
Por la ancha abertura que conduce al exterior, el agua pasa, se cuela entre los barrotes y se precipita al vacío como una catarata.
Arrastrada por el oleaje la valija cae milagrosamente cerrada sobre la vereda, para sorpresa de los transeúntes que corren a refugiarse del brevísimo chaparrón.
Aferrados al ventanal, Márilin y el cerrajero respiran aliviados.
Él, deseoso de huir cuanto antes.
Ella pensando en el piso, en que nunca lo plastificó.

Eladia Blázquez

Eladia Blázquez

Honrar la vida

No, permanecer y transcurrir
no es perdurar, no es existir,
ni honrar la vida.
Hay tantas maneras de no ser,
tanta conciencia sin saber,
adormecida.
Merecer la vida no es callar y consentir
tantas injusticias repetidas.
Es una virtud, es dignidad
y es la actitud de identidad más definida.
Eso de durar y transcurrir
no nos da derecho a presumir
porque no es lo mismo que vivir
honrar la vida.
No, permanecer y transcurrir
no siempre quiere sugerir
honrar la vida.
Hay tanta pequeña vanidad
en nuestra tonta humanidad
enceguecida…
Merecer la vida es erguirse vertical
más allá del mal, de las caídas.
Es igual que darle a la verdad
y a nuestra propia libertad
la bienvenida.

Con las alas del alma.

Con las alas del alma desplegadas al viento
desentraño la esencia de mi pobre existencia
sin desfallecimiento,
y me digo que puedo como en una constante
y me muero de miedo, pero sigo adelante.
Con las alas del alma desplegadas al viento,
porque aprecio la vida en su justa medida
al amor lo reinvento.
Y al vivir cada instante y al gozar cada intento,
sé que alcanzo lo grande,
con las alas del alma desplegadas al viento.
Con las alas del alma desplegadas al viento,
más allá del asombro me levanto entre escombros
sin perder el aliento
y me voy de las sombras con algún filamento
y me subo a la alfombra con la magia de un cuento.
Con las alas del alma desplegadas al viento
atesoro lo humano cuando tiendo las manos
a favor del encuentro
por la cosa más pura con la cual me alimento
por mi pan de ternura
con las alas del alma desplegadas al viento.
Con las alas del alma desplegadas al viento,
ante cada noticia de estupor, de injusticia,
me desangro por dentro
y me duele la gente, su dolor, sus heridas,
porque así, solamente, interpreto la vida.
Con las alas del alma desplegadas al viento,
más allá de la historia, de las vidas sin gloria,
sin honor ni sustento,
guardaré del que escribe su mejor pensamiento.
Quiero amar a quien vive
con las alas del alma desplegadas al viento.

Prohibido prohibir

No se puede prohibir ni se puede negar
el derecho a vivir, la razón de soñar…
No se puede prohibir el creer ni el crear,
ni la tierra excluir, ni la luna ocultar…
No se puede prohibir ni una pizca de amor,
ni se puede eludir que retoñe la flor…
Ni del alma el vibrar ni la vida en su andar…
ni del pulso el latir. No se puede prohibir.
No se puede prohibir la elección de pensar
ni se puede impedir la tormenta en el mar…
No se puede prohibir que en un vuelo interior
un gorrión, al partir, busque un cielo mejor…
No se puede prohibir el impulso vital
ni la gota de miel ni el granito de sal…
Ni las ganas sin par ni el deseo sin fin
de reír, de llorar. No se puede prohibir.
No se puede prohibir el color tornasol
de la tarde, al morir en la puesta de sol.
No se puede prohibir el afán de cantar
ni el deber de decir lo que no hay que callar…
Sólo el hombre, incapaz de entender, de sentir,
ha logrado, al final, su grandeza prohibir.
Y se niega al sabor y la simple verdad
de vivir en amor y en total libertad…
Si tuviese el poder de poder decidir…
dictaría una ley: ¡Es prohibido prohibir!

Joan Manuel Serrat

Joan Manuel Serrat

Hoy puede ser un gran día 

Hoy puede ser un gran día,
plantéatelo así,
aprovecharlo o que pase de largo,
depende en parte de ti.

Dale el día libre a la experiencia
para comenzar,
y recíbelo como si fuera
fiesta de guardar.

No consientas que se esfume,
asómate y consume la vida a granel.
Hoy puede ser un gran día,
duro con él.

Hoy puede ser un gran día
donde todo está por descubrir,
si lo empleas como el último
que te toca vivir.

Saca de paseo a tus instintos
y ventílalos al sol,
y no dosifiques los placeres,
si puedes, derróchalos.

Si la rutina te aplasta
dile que ya basta de mediocridad,
hoy puede ser un gran día
date una oportunidad.

Hoy puede ser un gran día
imposible de recuperar,
un ejemplar único,
no lo dejes escapar.

Que todo cuanto te rodea
lo han puesto para ti,
no lo mires desde la ventana
y siéntate al festín.

Pelea por lo que quieres
y no desesperes si algo no anda bien,
Hoy puede ser un gran día,
¡y mañana también! 
 

Manuel 

Le llamaban Manuel, nació en España,
su casa era de barro, de barro y caña.
Las tierras del señor humedecían
su sudor y su llanto, día tras día.
Mendigo a jornal fijo como él no hubo
entre olivos y trigos, por un mendrugo.
Su casa era de barro, de barro y caña,
le llamaban Manuel, nació en España.

Le llamaban Manuel, nació en España,
su mundo era otro mundo, tras la montaña.
Del amo eran las tierras, camino abajo
las moras y las flores de los ribazos.
La mula y los arreos, el pan y el vino,
los árboles, las piedras y los caminos.
Su mundo era otro mundo, tras la montaña,
le llamaban Manuel, nació en España.

Le llamaban Manuel, nació en España,
ella guardaba un hijo en sus entrañas.
Nunca nada fue suyo, nada tuvieron,
por eso lloró tanto cuando murieron.
Él con sus propias manos cavó la fosa
sepultando sus sueños junto a la esposa.
Ella guardaba un hijo en sus entrañas.
Le llamaban Manuel, nació en España.

Le llamaban Manuel, nació en España,
le vieron alejarse una mañana.
Del amo era el olivo donde lo hallaron
y la soga de esparto que desataron.
Y el pedazo de tierra donde hoy se pudre
y el trigo que en la tierra se tumba cubre.
La vieron alejarse una mañana.
Le llamaban Manuel, nació en España. 
 

Mi niñez 

Tenía diez años y un gato
peludo, funámbulo y necio
que me esperaba en los alambres del patio
a la vuelta del colegio.

Tenía un balcón con albahaca
y un ejército de botones
y un tren con vagones de lata
roto entre dos estaciones.

Tenía un cielo azul y un jardín de adoquines
y una historia a quemar temblándome en la piel.

Era un bello jinete
sobre mi patinete
burlando cada esquina
como una golondrina
sin nada que olvidar
porque ayer aprendí a volar,
perdiendo el tiempo de cara al mar.

Tenía una casa sombría,
que madre vistió de ternura
y una almohada que hablaba y sabía
de mi ambición de ser cura.

Tenía un canario amarillo
que sólo trinaba su pena
oyendo aquel viejo organillo
o mi radio de galena.

Y en julio, en Aragón,
tenía un pueblecillo
una acequia, un establo
y unas ruinas al sol.
Al viento los ombligos
volaban cuatro amigos
picados de viruela
y huérfanos de escuela,
robando uva y maíz
chupando caña y regaliz.
Creo que entonces yo era feliz.

Tenía cuatro Sacramentos
y un ángel de la guarda amigo
y un "Paris Hollywood"
prestado y mugriento
escondido entre mis libros.

Tenía una novia morena
que abrió a la luna mis sentidos
jugando los juegos prohibidos
a la sombra de una higuera.

Crucé por la niñez
imitando a mi hermano.
Descerrajando el viento
y apedreando el sol.

Mi madre crió canas
pespunteando pijamas,
mi padre se hizo viejo
sin mirarse al espejo,
y mi hermano se fue
de casa, por primera vez.
Y ¿dónde fue mi niñez? 
 

Mediterráneo 

Quizás porque mi niñez
sigue jugando en tu playa
y escondido tras las cañas
duerme mi primer amor,
llevo tu luz y tu olor
por dondequiera que vaya,
y amontonado en tu arena
guardo amor, juegos y penas.

Yo, que en la piel tengo el sabor
amargo del llanto eterno
que han vertido en ti cien pueblos
de Algeciras a Estambul
para que pintes de azul
sus largas noches de invierno.

A fuerza de desventuras,
tu alma es profunda y oscura.

A tus atardeceres rojos
se acostumbraron mis ojos
como el recodo al camino.
Soy cantor, soy embustero,
me gusta el juego y el vino,
Tengo alma de marinero.

Qué le voy a hacer, si yo
nací en el Mediterráneo.

Y te acercas, y te vas
después de besar mi aldea.
Jugando con la marea
te vas, pensando en volver.
Eres como una mujer
perfumadita de brea
que se añora y se quiere
que se conoce y se teme.

Ay, si un día para mi mal
viene a buscarme la parca.
Empujad al mar mi barca
con un levante otoñal
y dejad que el temporal
desguace sus alas blancas.

Y a mí enterradme sin duelo
entre la playa y el cielo...

En la ladera de un monte,
más alto que el horizonte.
Quiero tener buena vista.
Mi cuerpo será camino,
le daré verde a los pinos
y amarillo a la genista.

Cerca del mar. Porque yo
nací en el Mediterráneo. 
 

Soneto a mamá 

No es que no vuelva porque me he olvidado
de tu olor a tomillo y a cocina,
De lejos, dicen que se ve más claro,
que no es igual quien anda y quien camina.

Y supe que el amor tiene ojos verdes,
que cuatro palos tiene la baraja,
que nunca vuelve aquello que se pierde
y la marea sube y luego baja.

Supe que lo sencillo no es lo necio,
que no hay que confundir valor y precio
y un manjar puede ser cualquier bocado

Si el horizonte es luz y el rumbo un beso,
no es que no vuelva porque te he olvidado....
es que perdí el camino de regreso,

Mamá.... 
 

A quien corresponda 

Un servidor
Joan Manuel Serrat,
casado, mayor de edad,
vecino de Camprodón, Girona.
Hijo de Ángeles y de Josep,
de profesión cantautor
y natural de Barcelona,
según obra
en el registro civil,
hoy, lunes, 20 de Abril de 1981
con las fuerzas de que dispone
atentamente expone
dos puntos:

Que las manzanas no huelen
que nadie conoce al vecino,
que a los viejos se les aparta
pues de habernos servido bien.

Que el mar está agonizando
que no hay quien confíe en su hermano,
que la tierra cayó en manos
de unos locos con carnet.

Que el mundo es de peaje y experimental,
que todo es desechable y provisional.

Que no nos salen las cuentas,
que las reformas nunca se acaban,
que llegamos siempre tarde,
donde nunca pasa nada.

Por eso
y muchas deficiencias más,
que en un anexo se especifican,
sin que sirva de precedente,
respetuosamente
suplica

Se sirva tomar medidas
y llamar al orden a esos chapuceros,
que lo dejan todo perdido
en nombre del personal.

Pero hágalo urgentemente
para que no sean necesarios,
mas héroes ni mas milagros
para adecentar el local.

No hay otro tiempo que el que nos ha tocado,
acláreles quién manda y quién es el mandado.

Y si no tuviera en su mano
poner coto a tales desmanes,
mándeles copiar cien veces
"esas cosas no se hacen".

Gracia que espera merecer
del recto proceder,
de quien no suele llamarse a engaño,
a quien Dios guarde muchos años, Amén. 
 

A usted 

A usted que corre tras el éxito
ejecutivo de película,
hombre agresivo y enérgico
con ambiciones políticas.

A usted que es un hombre práctico
y reside en un piso céntrico,
regando flores de plástico
y pendiente del teléfono.

A usted que sabe de números
y consta en más de un nómina,
que ya es todo un energúmeno
con una posición sólida.

¿No le gustaría
no ir mañana a trabajar
y no pedirle a nadie excusas,
para jugar al juego
que mejor juega
y que más le gusta?

¿No le gustaría
ser capaz de renunciar
a todas sus pertenencias,
y ganar la libertad
y el tiempo que pierde
en defenderlas?

¿No le gustaría
dejar de mandar al prójimo,
para exigir
que nadie lo mande lo mas mínimo?

¿No le gustaría acaso
vencer la tentación,
sucumbiendo de lleno
en sus brazos...?

Antes que les den el pésame
a sus deudos, entre lágrimas,
por su irreparable pérdida
y lo archiven bajo una lápida.

¿No le gustaría
no ir mañana a trabajar
y no pedirle a nadie excusas,
para jugar al juego
que mejor juega
y que más le gusta?

¿No le gustaría
ser capaz de renunciar
a todas sus pertenencias,
y ganar la libertad
y el tiempo que pierde
en defenderlas?

¿No le gustaría
dejar de mandar al prójimo,
para exigir
que nadie lo mande lo mas mínimo?

¿No le gustaría acaso
vencer la tentación,
sucumbiendo de lleno
en sus brazos...? 
 

Esos locos bajitos 

A menudo los hijos se nos parecen,
así nos dan la primera satisfacción;
esos que se menean con nuestros gestos,
echando mano a cuanto hay a su alrededor.

Esos locos bajitos que se incorporan
con los ojos abiertos de par en par,
sin respeto al horario ni a las costumbres
y a los que, por su bien, hay que domesticar.

Niño,
deja ya de joder con la pelota.
que eso no se dice,
que eso no se hace,
que eso no se toca.

Cargan con nuestros dioses y nuestro idioma,
nuestros rencores y nuestro porvenir.
Por eso nos parece que son de goma
y que les bastan nuestros cuentos
para dormir.

Nos empeñamos en dirigir sus vidas
sin saber el oficio y sin vocación.
Les vamos trasmitiendo nuestras frustraciones
con la leche templada
y en cada canción.

Niño,
deja ya de joder con la pelota.
que eso no se dice,
que eso no se hace,
que eso no se toca.

Nada ni nadie puede impedir que sufran,
que las agujas avancen en el reloj,
que decidan por ellos, que se equivoquen,
que crezcan y que un día
nos digan adiós. 
 

Penélope 

Penélope
Con su bolso de piel marrón.
Y sus zapatos de tacón.
Y su vestido de domingo.

Penélope,
se sienta en un banco en el andén.
Y espera que llegue el primer tren.
Meneando el abanico.

Dicen en el pueblo, que un caminante paró
su reloj
una tarde de primavera.

Adiós, amor mío, no me llores, volveré
antes que
de los sauces caigan las hojas.

Piensa en mí
volveré
por ti.

Pobre infeliz
se paró tu reloj infantil
una tarde plomiza de abril
cuando se fue tu amante.

Se marchitó
en tu huerto hasta la última flor.
No hay un sauce en la calle mayor
para Penélope.

Penélope
tristes a fuerza de esperar
sus ojos parecen brillar
si un tren silba a lo lejos.

Penélope
uno tras otro los ve pasar,
mira sus caras, les oye hablar,
para ella son muñecos.

Dicen en el pueblo que el caminante volvió
la encontró
en su banco de pino verde.
La llamó Penélope, mi amante fiel, mi paz
deja ya
de tejer sueños en tu mente.

Mírame
soy tu amor,
regresé...
Le sonrió
con los ojos llenitos de ayer.

No era así su cara, ni su piel
tú no eres quien yo espero
y se quedó
con su bolso de piel marrón
y sus zapatitos de tacón
sentada en la estación.
Penélope.... 
 

Algo personal 

Probablemente en su pueblo
se les recordará
como cachorros de buenas personas
que hurtaban flores
para regalar a su mamá
y daban de comer a las palomas.

Probablemente que todo eso debe ser verdad
aunque es más turbio;
cómo y de qué manera
llegaron esos individuos
a ser lo que son
ni a quien sirven
cuando alzan las banderas.

Hombres de paja
que usan la colonia y el honor
para ocultar oscuras intensiones
tienen doble vida, son sicarios del mal.
Entre esos tipos y yo
hay algo personal.

Rodeados de protocolo,
comitiva y seguridad
viajan de incógnito en autos blindados
a sembrar calumnias,
a mentir con naturalidad
a colgar en las escuelas
su retrato.

Se gastan más de lo que tienen
en coleccionar espías,
listas negras y arsenales.
Resulta bochornoso verles fanfarronear
a ver quién es el que
la tiene más grande.

Se arman hasta los dientes
en el nombre de la paz
juegan con cosas que no tienen repuesto
y la culpa es de el otro
si algo les sale mal.
Entre esos tipos y yo
hay algo personal.

Y como quien en la cosa
nada tiene que perder
pulsan la alarma y rompen las promesas.
Y en nombre de quien no tienen
el gusto de conocer
nos ponen la pistola en la cabeza.

Se agarran de los pelos
pero para no ensuciar
van a cagar a casa de otra gente
y experimentan nuevos métodos
de masacrar, sofisticados
y a la vez convincentes.

No conocen ni a su padre
cuando pierden el control
ni recuerdan que en el mundo hay niños
nos niegan a todos
el pan y la sal.
Entre esos tipos y yo
hay algo personal.

Pero eso sí, los sicarios
no pierden ocasión
de declarar públicamente
su empeño en propiciar
un día luego de franca distensión
que les permita hallar un marco previo.

Que garantice unas premisas mínimas,
que faciliten crear los resortes,
que impulsen un punto de partida
sólido y capaz de este a oeste
y de sur a norte
donde establecer las bases
de un tratado de amistad
que contribuya a poner los cimientos
de una plataforma donde edificar
un hermoso futuro de amor y paz. 
 

Bienaventurados 

La vida te la dan
pero no te la regalan.
La vida se paga
por más que te apene.
Así ha sido desde que
Dios echó al hombre del Edén,
por confundir
lo que está bien
con lo que le conviene.

Si a plazos o al contado
la vida pasa factura
rebana y apura
hasta las migajas.
Que si en cada alegría
hay una amargura
todo infortunio esconde alguna ventaja.

Bienaventurados los necios
que se arriesgan a prestar consejos
porque serán sabios a costa
de los errores ajenos.

Bienaventurados los pobres
porque saben, con certeza,
que no ha de quererles nadie por sus riquezas.

Bienaventurados los adictos a emociones fuertes
porque corren buenos tiempos para la gente marchosa.

Bienaventurados los dueños del poder y la gloria
porque pueden informarnos de que va la cosa.

Bienaventurados los que alcancen la cima
porque será cuesta abajo el resto del camino.

Bienaventurados los que catan el fracaso
porque reconocerán a sus amigos.

En cualquier circunstancia
por lastimosa que sea
busca la manera
de comer perdices
que a pesar de lo alto que
nos coloquen el listón,
hay que brincar
con la intención
de ser felices.

Bienaventurados los castos
porque tienen la gracia divina
y la ocasión de dejar de serlo
a la vuelta de la esquina.


Bienaventurados los que aman
porque tienen a su alcance
más de un cincuenta por ciento de un gran romance.

Bienaventurados los que están en el fondo del pozo
porque de ahí en adelante
sólo cabe ir mejorando.

Bienaventurados los que presumen de sus redaños
porque tendrán ocasiones
para demostrarlo.

Bienaventurados los que contrajeron deudas
porque alguna vez, alguien hizo algo por ellos.

Bienaventurados los que lo tienen claro
porque de ellos es el reino de los ciegos. 
 

Detrás, está la gente 

Detrás de los héroes y de los titanes,
detrás de las gestas de la humanidad
y de las medallas de los generales.
Detrás de la Estatua de la Libertad.

Detrás de los himnos y de las banderas.
Detrás de la hoguera de la Inquisición.
Detrás de las cifras y de los rascacielos.

Detrás de los anuncios de neón.

Detrás, está la gente
con sus pequeños temas,
sus pequeños problemas,
sus pequeños amores.

Con sus pequeños sueldos,
sus pequeñas campañas,
sus pequeñas hazañas,
y sus pequeños errores.

Detrás del Quijote y de Corín Tellado,
de Miss Universo y del Escorial.
Detrás de Hiroshima y del Vaticano,
detrás de la víctima y del criminal.

Detrás de la mafia y de la policía.
detrás del Mesías y de Wall Street.
Detrás del Columbia y de la heroína.
detrás de Goliat y de David.

Cada uno a su manera
cada quien con sus modos,
detrás estamos todos,
usted, yo y el de enfrente.

Detrás de cada fecha,
detrás de cada cosa,
con su espina y su rosa
detrás, está la gente. 
 

Toca madera 

Nada tienes que temer
al mal tiempo buena cara,
la constitución te ampara,
la justicia te defiende,
la policía te guarda,
el sindicato te apoya,
el sistema te respalda
y los pajaritos cantan
y las nubes se levantan.

Cruza los dedos
toca madera,
no pases por debajo de esa escalera
evita el trece,
y al gato negro
no te levantes
con el pie izquierdo.

Y métete en el bolsillo
envuelta en tu carta astral
una pata de conejo,
por si se quiebra un espejo
o se derrama la sal.

Y vigila el horóscopo
y el biorritmo,
ni se te ocurra vestirte de amarillo,
y si a pesar de todo
la vida te cuelga
el no hay billetes,
recuerda que pisar mierda
trae buena suerte.

Nada tienes que temer
arriba los corazones,
nada tienes que temer
pero nunca están de más
ciertas precauciones,
cruza los dedos, toca madera
no pases por debajo de esa escalera
y evita el trece y al gato negro,
no te levantes con el pie izquierdo.

Que también hacen la siesta
los árbitros y los jueces,
con tu olivo y tu paloma
camina por la maroma
entre el amor y la muerte.

Y vigila el horóscopo
y el biorritmo,
ni se te ocurra vestirte de amarillo,
y si a pesar de todo
la vida te cuelga
el no hay billetes,
recuerda que pisar mierda
trae buena suerte.

Y ajústate los machos,
respira hondo,
traga saliva,
toma carrera,
y abre la puerta,
sal a la calle,
cruza los dedos,
toca madera. 
 

El hombre y el agua 

Si el hombre es un sueño
el agua es el rumbo,
si el hombre es un pueblo
el agua es el mundo.

Si el hombre es recuerdo
el agua es memoria,
si el hombre esta vivo
el agua es la vida.

Si el hombre es un niño
el agua es Paris,
si el hombre la pisa
el agua salpica
cuídala como cuida ella de ti.

Brinca, moja, vuela, lava,
agua que vienes y vas.
Río, espuma, lluvia, niebla,
nube, fuente, hielo, mar.

Agua, barro en el camino,
agua que esculpes paisajes,
agua que mueves molinos,
agua que me da sed nombrarte,
agua que le puedes al fuego,
agua que agujereas la piedra,
agua que estas en los cielos
como en la tierra.

Brinca, moja, vuela, lava,
agua que vienes y vas.
Río, espuma, lluvia, niebla,
nube, fuente, hielo, mar. 
 

Utopía 

Se echó al monte la utopía
perseguida por lebreles
que se criaron en sus rodillas,
y que al no poder seguir su paso
la traicionaron, y hoy funcionarios
del negociado de sueños, dentro de un orden
son partidarios de capar
al cochino para que engorde.

¡Ay! Utopía,
cabalgadura que nos vuelve
gigantes en miniatura.
¡Ay! Utopía,
dulce como el pan nuestro
de cada día.

Quieren prender a la aurora
porque llena la cabeza de pajaritos,
embaucadora que encandila
a los ilusos y a los benditos,
por hechicera,
que hace que el ciego vea y el mudo hable,
por subversiva,
de los que está mandado, mande quien mande.

¡Ay! Utopía
incorregible que no tiene
bastante de lo posible.
¡Ay! Utopía
que levanta huracanes
de rebeldía.

Quieren ponerle cadenas,
pero, quien ¿es quien pone puertas al monte?
no pases pena,
que antes que lleguen los perros,
será un buen hombre el que la encuentre,
y la cuide hasta que lleguen mejores días.
Sin utopía...
la vida sería un ensayo para la muerte.

¡Ay! Utopía,
¡cómo te quiero!
porque les alborotas el gallinero.
¡Ay! Utopía,
que alumbras los candiles
del nuevo día. 
 

Niño silvestre 

Hijo del cerro presagio de mala muerte,
niño silvestre
que acechando la acera viene y va.

Niño de nadie
que buscándose la vida,
desluce la avenida
y le da mala fama a la ciudad.

Recién nacido
con la inocencia amputada,
que en la manada
redime su pecado de existir.

Niño sin niño
indefenso y asustado,
que aprende a fuerza de palos
como las bestias a sobrevivir.

Niño silvestre
lustrabotas y ratero
se vende a piezas o entero,
como onza de chocolate.

Ronda la calle
mientras el día la ronde,
que por la noche se esconde
para que no le maten.

Y si la suerte
por llamarlo de algún modo,
ahuyenta al lobo,
y le alarga la vida un poco más.

Si el pegamento
no le pudre los pulmones,
si escapa de los matones,
si sobrevive al látigo,
quizás llegue hasta viejo
entre cárceles y fierros,
sembrando el cerro
de más niños silvestres, al azar.

Y cualquier noche
en un trabajo de limpieza
le vuele la cabeza
a alguno de ellos sin pestañear. 
 

La gente va muy bien 

La gente va muy bien
en cualquier acto público,
para llenar la cancha
y hacer la ola.

La gente va muy bien
para ilustrar catálogos,
para consumir mitos
y seguir la moda.

La gente va muy bien
para construir pirámides,
para tirar del carro
y hacer el amor.

La gente va muy bien
para formar ejércitos,
y para dar ambiente
¡viva la gente!

La gente va muy bien
para contarles cuentos,
para darles porrazos
y venderles ungüentos.

La gente va muy bien....
la gente va muy bien,
para decir que "si"
para decir "amén"

La gente va muy bien
como ejemplo de bípedo,
que llora, se enamora
y usa zapatos.

La gente va muy bien
para suscribir pólizas,
acatar las consignas
y pagar el pato.

La gente va muy bien
como dato estadístico,
anónimos comparsas
de este culebrón.

La gente va muy bien
yo puedo asegurárselo,
conozco a esos plebeyos...
¡soy uno de ellos!

La gente va muy bien
para aplaudir al jefe,
animar el paisaje
y preservar la especie.

La gente va muy bien....
la gente va muy bien,
para decir que "si"
para decir "amén"

La gente va muy bien...
la gente va muy bien,
la gente va muy bien...
pero que muy bien.
La gente va muy bien
para decir que "si"

Y por eso también...
La gente va muy bien
para enjugar las lágrimas,
para darse un abrazo
y entrar en calor.

La gente va muy bien
para vencer obstáculos,
para darnos sorpresas,
recobrar la memoria
y emplear la cabeza,
para cambiar la historia
y unidos buscar el camino
que lleva al Edén,
la gente va muy bien.
 

León Gieco

León Gieco

Su nombre completo es Raúl Alberto Antonio Gieco. Nació el 20 de noviembre de 1951 en una chacra del norte de Santa Fe. Cuando su familia se muda a Cañada Rosquín, un pueblo cercano, León  comienza a trabajar teniendo, apenas 8 años.

Hijo de una familia de inmigrantes y campesinos radicados en la zona central de Santa Fe, quizás de su padre -que tenía una orquesta de tangos y boleros- heredó la pasión por la música.

Un día de otoño, muy temprano en la mañana, León se apeó al tren en la estación de Retiro. Por todo equipaje llevaba una guitarra barata, un bolso de mano, nueve mil pesos y la dirección de alguien que había conocido en un show en Santa Fe.

Ya radicado en Buenos Aires, al año siguiente (1970), empieza a grabar su primer disco producido por Gustavo Santaolalla (actualmente residente en los Estados Unidos, devenido en uno de los productores más renombrados del rock latino).

Muchas de sus canciones fueron censuradas por los gobiernos autoritarios y las dictaduras a partir de 1974 y hasta 1982.

Así fue como comenzó esta larga carrera artística de músico popular y la proyección de su vasta obra discográfica.

Sólo le pido a Dios.

Sólo le pido a Dios
que el dolor no me sea indiferente,
que la reseca muerte no me encuentre,
vacío y solo sin haber hecho lo suficiente.

Sólo le pido a Dios
que lo injusto no se sea indiferente,
que no me abofeteen la otra mejilla,
después que una garra me arañó a esta suerte.

Sólo le pido a Dios
que la guerra no me sea indiferente,
es un monstruo grande y pisa fuerte
toda la pobre inocencia de la gente.

Sólo le pido a Dios
que el engaño no me sea indiferente
si un traidor puede más que unos cuantos,
que esos cuantos no lo olviden fácilmente.

Sólo le pido a Dios
que el futuro no me sea indiferente,
desahuciado está el que tiene que marchar
a vivir una cultura diferente.

Sólo le pido a Dios
que la guerra no me sea indiferente
es un monstruo grande y pisa fuerte
toda la pobre inocencia de la gente.

Todos los caballos blancos

Voy andando y siento el sol
de la tarde en mis espaldas
y en mi frente siento el sol
de la mañana.

Todos los caballos blancos
todos los caballos blancos
y el campo
y el campo y el campo.

Voy bajando por caminos
que cruzan las tierras mansas
qué bueno es olvidarse un poco
de la gente que nos roba y que nos mata.

Todos los caballos blancos
todos los caballos blancos
y el campo
y el campo y el campo.

En el país de la libertad.

Búsquenme donde se esconde el sol,
donde exista una canción.
Búsquenme a orillas del mar
besando la espuma y la sal.

Búsquenme, me encontrarán
en el país de la libertad.
Búsquenme, me encontrarán
en el país de la libertad,
de la libertad.

Búsquenme donde se detiene el viento
donde haya paz o no exista el tiempo,
donde el sol seca las lágrimas
de las nubes en la mañana.

Búsquenme, me encontrarán
en el país de la libertad.
Búsquenme, me encontrarán
en el país de la libertad,
de la libertad.
 

Hombres de hierro. 

Larga muchacho tu voz joven
como larga la luz el sol
que aunque tenga que estrellarse
contra un paredón
que aunque tenga que estrellarse
se dividirá en dos.

Suelta muchacho tus pensamientos
como anda suelto el viento
sos la esperanza y la voz que vendrá
a florecer en la nueva tierra.

Hombres de hierro que no escuchan la voz
hombres de hierro que no escuchan el grito
hombres de hierro que no escuchan el llanto.

Gente que avanza se puede matar
pero los pensamientos quedarán.

Puntas agudas ensucian el cielo
como la sangre en la tierra.
Dile a esos hombres que traten de usar
a cambio de las armas su cabeza.

Hombres de hierro que no escuchan la voz
hombres de hierro que no escuchan el grito
hombres de hierro que no escuchan el llanto.

Gente que avanza se puede matar
pero los pensamientos quedarán.
 

La cultura es la sonrisa. 

La cultura es la sonrisa que brilla en todos lados
en un libro, en un niño, en un cine o en un teatro
solo tengo que invitarla para que venga a cantar un rato

Ay, ay, ay, que se va la vida
mas la cultura se queda aquí

La cultura es la sonrisa para todas las edades
puede estar en una madre, en un amigo o en la flor
o quizás se refugie en las manos duras de un trabajador

La cultura es la sonrisa con fuerzas milenarias
ella espera mal herida, prohibida o sepultada
a que venga el señor tiempo y le ilumine otra vez el alma

La cultura es la sonrisa que acaricia la canción
y se alegra todo el pueblo quien le puede decir que no
solamente alguien que quiera que tengamos triste el corazón.
 

Canción de amor para Francisca. 

En una casa del barrio San Pedro
Francisca muestra todo su cuerpo
pone el dinero entre sus senos
toma un vino negro y algunas ginebras

Viste de verde, viste de rosa
y se desviste muy silenciosa

Los lunes que no trabaja Francisca
con una canastita con flores y su hijita
van a correr por el monte
los caminos y los campos
ella dice que los besos
los gorriones y las flores
los lunes tienen más perfume

En una habitación del fondo de la casa
los hombres pasan, los hombres pasan
Nadie le ofrece algún trabajo
porque tienen miedo de quedarse sin ella
Piel de canela, ojos de pasto
cabellos largos y aliento a trigal

Los lunes que no trabaja Francisca
con una canastita con flores y su hijita
van a correr por el monte
los caminos y los campos
ella dice que los besos
los gorriones y las flores
los lunes tienen mas perfume.

Canción para Carito.

Sentado solo en un banco en la ciudad
con tu mirada recordando el litoral
tu suerte quiso estar partida
mitad verdad mitad mentira
como esperanza de los pobres prometida

Andando solo bajo la llovizna gris
fingiendo duro que tu vida fue de aquí
Por qué cambiaste un mar de gente
por donde gobierna la flor
mirá que el río nunca regaló el color

Carito, suelta tu pena
se haga diamante tu lágrima
entre mis cuerdas
Carito, suelta tu piedra
para volar como el zorzal
en primavera

En Buenos Aires los zapatos son modernos
pero no lucen como en la plaza de un pueblo
Deja que tu luz chiquitita
hable en secreto a la canción
para que te ilumine un poco más el sol

Cualquier semilla cuando es planta quiere ver
la misma estrella de aquel atardecer
que la salvó del pico agudo
refugiándola al oscuro
de la gaviota arrasadora de los surcos

Carito, yo soy tu amigo
me ofrezco árbol
para tu nido
Carito, suelta tu canto
que el abanico en mi acordeón
lo está esperando.
 

Cinco siglos igual 

Soledad sobre ruinas, sangre en el trigo
rojo y amarillo, manantial del veneno
escudó heridas, cinco siglos igual.

Libertad sin galope, banderas rotas
soberbia y mentiras, medallas de oro y plata
contra esperanza, cinco siglos igual.

En esta parte de la tierra la historia se cayó
como se caen las piedras aun las que tocan el cielo
o están cerca del sol o están cerca del sol.

Desamor desencuentro, perdón y olvido
cuerpo con mineral, pueblos trabajadores
infancias pobres, cinco siglos igual.

Lealtad sobre tumbas, piedra sagrada
Dios no alcanzó a llorar, sueño largo del mal
hijos de nadie, cinco siglos igual.

Muerte contra la vida, gloria de un pueblo
desaparecido. Es comienzo, es final
leyenda perdida, cinco siglos igual.

En esta parte de la tierra la historia se cayó
como se caen las piedras aun las que tocan el cielo
o están cerca del sol o están cerca del sol.

Es tinieblas con flores, revoluciones
y aunque muchos no están, nunca nadie pensó
besarte los pies, cinco siglos igual. 
  

María Elena Walsh

María Elena Walsh

María Elena Walsh nació el 1 de febrero de 1930 en Ramos Mejía, suburbio de la ciudad de Buenos Aires. Caserón grande, con patios y gallinero, un pomerania negro, rosales, gatos, limoneros y naranjos y una higuera muy cómoda sobre cuyas ramas la hija rubia y pecosa de «un inglés del ferrocarril» leía durante la siesta de los mayores Los Tres Mosqueteros, Robinson Crusoe y La Cabaña del Tío Tom. Antes de finalizar sus estudios en la Escuela Nacional de Bellas Artes, a los diesisiete años, escribió su primer libro: Otoño Imperdonable, libro de poemas que mereciera el segundo premio Municipal de Poesía. Ya antes, en 1945, había publicado sus primeros versos en la legendaria revista El Hogar y en el suplemento literario de La Nación.

En 1948 viajó a los Estados Unidos invitada por Juan Ramón Jiménez y, unos años más tarde partió hacia Europa, radicándose en París durante cuatro años. Allí formó un dúo con Leda Valladares dedicándose a difundir el folklore argentino. Es en esa época cuando comienza a escribir poemas para niños.

Ya en 1959 comienza a escribir guiones para televisión, obras de teatro y canciones infantiles que, junto a las escritas para sus obras (Canciones para mirar, Doña Disparate y Bambuco, etc) son cantadas, generación tras generación, por todos los niños dispuestos a participar del mundo de fantasía e ingenio que ella les propone.

Serenata para la tierra de uno  

Porque me dueles si me quedo
pero me muero si me voy,
por todo y a pesar de todo, mi amor,
yo quiero vivir en vos.

Por tu decencia de vidala
y por tu escándalo de sol,
por tu verano con jazmines, mi amor,
yo quiero vivir en vos.

Porque el idioma de infancia
es un secreto entre los dos,
porque le diste reparo
al desarraigo de mi corazón.

Por tus antiguas rebeldías
y por la edad de tu dolor,
por tu esperanza interminable, mi amor,
yo quiero vivir en vos.

Para sembrarte de guitarra,
para cuidarte en cada flor
y odiar a los que te castigan, mi amor,
yo quiero vivir en vos. 
 

Como la cigarra  

Tantas veces me mataron,
tantas veces me morí,
sin embargo estoy aqui
resucitando.

Gracias doy a la desgracia
y a la mano con puñal
porque me mató tan mal,
y seguí cantando.

Cantando al sol como la cigarra
después de un año bajo la tierra,
igual que sobreviviente
que vuelve de la guerra.

Tantas veces me borraron,
tantas desaparecí,
a mi propio entierro fui
sola y llorando.

Hice un nudo en el pañuelo
pero me olvidé después
que no era la única vez,
y volví cantando.

Cantando al sol como la cigarra
después de un año bajo la tierra,
igual que sobreviviente
que vuelve de la guerra.

Tantas veces te mataron,
tantas resucitarás,
tantas noches pasarás
desesperando.

A la hora del naufragio
y la de la oscuridad
alguien te rescatará
para ir cantando. 
 

Cantando al sol como la cigarra
después de un año bajo la tierra,
igual que sobreviviente
que vuelve de la guerra.

Canción de cuna para gobernante  

Duerme tranquilamente que viene un sable
a vigilar tu sueño de gobernante.

América te acuna como una madre
con un brazo de rabia y otro de sangre.

Duerme con aspavientos, duerme y no mandes
que ya te están velando los estudiantes.

Duerme mientras arriba lloran las aves
y el lucero trabaja para la cárcel.

Hombres, niños, mujeres, es decir: nadie,
parece que no quieren que tú descanses.

Rozan con penas chicas tu sueño grande.
Cuando no piden casas, pretenden panes.

Gritan junto a tu cuna.
No te levantes aunque su grito diga: «Oíd, mortales».

Duérmete oficialmente, sin preocuparte,
que sólo algunas piedras son responsables.

Que ya te están velando los estudiantes
y los lirios del campo no tienen hambre.

Y el lucero trabaja para la cárcel.  

Mario Benedetti

Mario Benedetti

Nació el 14 de septiembre de 1920 en Paso de Toros, Tacuarembó, Uruguay, fruto del matrimonio entre Brenno Benedetti y Matilde Farugia. La economía familiar se vio seriamente afectada por un engaño que sufrió el padre de Mario y la familia se trasladó a Montevideo. Mario estudió en un colegio alemán. De esta experiencia, además de aprender el idioma, aprendió el gusto por el trabajo bien hecho y por la puntualidad.

En 1939 se fue a Bs.As. en donde, por un sueldo muy escaso y en unas condiciones bastante pobres, hizo también un poco de todo. De regreso en  Montevideo, consiguió un soñado puesto de funcionario en la Contaduría General de la Nación, donde iría ascendiendo poco a poco. El 23 de marzo de 1946 se casa con Luz López Alegre.

La relevancia como poeta la encontrará definitivamente con sus "Poemas de la oficina" que tendrá un rotundo éxito. Hasta que, en el año 1959, la Revolución Cubana marcará de manera definitiva su trayectoria política.Empezará entonces, un período de mayor participación y vivirá una frenética actividad en el periodismo, la literatura y la política. El golpe de estado uruguayo lo exiliará por multitud de países: Argentina, Cuba, España... aunque continuará escribiendo desde afuera.

En marzo de 1983 inicia su “desexilio” regresando al Uruguay.

Ahora vive a caballo entre Uruguay y España.

Poema frustrado 

Mi amigo
que es un poeta
convocó a los poetas.

Hay que escribir un poema
sobre la bomba atómica
es un horror,
nos dijo,
un horror horroroso,
es el fin es la nada,
es la muerte.

Nos dijo,
no es que te mueras sólo
en tu cama,
rodeado
del llanto y la familia,
del techo y las paredes.

No es que llegue una bala
perdida o encontrada
a cortarte el aliento,
a meterse en tu sueño.

No es que el cáncer te marque
te perfore,
te borre.

No es tu muerte,
la tuya,
la nada que ganaste,
es el aire viciado,
es la ruina de todo
lo que existe,
de todo.

Nadie llorará a nadie,
nadie tendrá sus lágrimas.

Y eso es lo más horrible,
la muerte sin testigos,
sin últimas palabras
y sin sobrevivientes.
La muerte toda muerte,
toda muerte.

¿Me entienden?

Hay que escribir un poema
sobre la bomba atómica.
Quedamos en silencio
con las bocas abiertas,
tragamos el terror
como saliva helada,
luego nos fuimos todos
a cumplir la consigna.

Juro que lo he intentado
que lo estoy intentando,
pero pienso en la bomba
y el lápiz se me cae
de la mano.

No puedo.

A mi amigo el poeta,
le diré que no puedo.

Pregón 

Señor que no me mira
mire un poco
Yo tengo una pobreza para usté

Limpia
nuevita
bien desinfectada
Vale cuarenta
Se la doy por diez

Señor que no me encuentra
busque un poco
mueva la mano
desarrime el pie
buesuqe en su suerte
en todos los rincones
piense en las muchas cosas
que no fue

Le vendo la pobreza
Es una insignia
En la solapa puede convencer
Qué cosas raras pasan en el mundo
usté tiene agua
yo no tengo sed

Tiene su cáscara
su dios
su diablo
su fe en los cielos
y su mala fe
Lo tiene todo menos la pobreza
Si no la compra
llorará después

Va como propaganda
como muestra
Quizá le guste y le coloque cien

Pobreza sin los pobres
por supuesto
ya que los pobres
nunca huelen bien

Pobreza abstracta
sin harapos
pulcra
noble al derecho
noble del revés
Pobreza linda para ser contada
después del postre
y antes del café

Señor que no me mira
mire un poco
Yo tengo una pobreza para usté
Mejor no se la vendo
Le regalo
la pobreza por esta única vez.

Corazón coraza 

Porque te tengo y no porque te pienso
porque la noche está de ojos abiertos
porque la noche pasa y digo amor
Porque has venido a recoger tu imagen
y eres mejor que todas tus imágenes
Porque eres linda desde el pie hasta el alma
porque eres buena desde el alma a mí
porque te escondes dulce en el orgullo
pequeña y dulce
corazón coraza

Porque eres mía
porque no eres mía
porque te miro y muero
y peor que muero
si no te miro amor
si no te miro

Porque tú siempre existes dondequiera
pero existes mejor donde te quiero
Porque tu boca es sangre
y tienes frío
tengo que amarte amor
tengo que amarte
Aunque esta herida duela como dos
Aunque te busque y no te encuentre
Aunque la noche pase y yo te tenga                  y no. 

Arco iris 

A veces
por supuesto
usted sonríe
y no importa lo linda
o lo fea
lo vieja
o lo joven
lo mucho
o lo poco
que usted realmente
sea

Sonríe
cual si fuese
una revelación
y su sonrisa anula
todas las anteriores
Caducan al instante
sus rostros como máscaras
sus ojos duros
frágiles
como espejos en óvalo
su boca de morder
su mentón de capricho
sus pómulos fragantes
sus párpados
su miedo

Sonríe
y usted nace
asume el mundo
mira
sin mirar
indefensa
desnuda
transparente

Y a lo mejor
si la sonrisa viene
de muy
de muy adentro
usted puede llorar
sencillamente
sin desgarrarse
sin desesperarse
sin convocar la muerte
ni sentirse vacía

Llorar
sólo llorar

Entonces su sonrisa
si todavía existe
se vuelve un arco iris.

Arte poética 

Que golpee y golpee
hasta que nadie
pueda hacerse el sordo

Que golpee y golpee
hasta que el poeta
sepa
o por lo menos crea
que es a él
a quien llaman.

Harapos 

Hay sólo una miseria
que se prende con uñas en el muro
y quisiera trepar
y a veces trepa

Una vasta miseria que nos mira
y junta su rencor
y nos invade

Por eso desde hoy y desde dentro
y a pesar de mi pan y de mi suerte
me siento miserable
como si nunca hubiera sonreído
o visto sonreír
Como si cuando sueño
mis ensueños
no encontraron lugar
bajo mis párpados

Ya no es la culpa higiénica
la desazón precaria
el relamido umbral
de la conciencia

Es mucho más

Ahora mi miseria
incluye el estrellarse
y usar todo el coraje para el miedo
y caer de rodillas
sin plegaria
y sentirse extranjero
y condenado
a no encontrar la brecha
a no encontrar la brecha.

Decir que no 

Ya lo sabemos
es difícil
decir que no
decir no quiero

Ver que el dinero forma un cerco
alrededor de tu esperanza
Sentir que otros
los peores
entran a saco por tu sueño

Ya lo sabemos
es difícil decir que no
decir no quiero

No obstante
cómo desalienta
verte bajar de tu esperanza
saberte lejos de ti mismo

Oírte
primero despacito
decir que sí
decir sí quiero
comunicarlo luego al mundo
con un orgullo enajenado

Y ver que un día
pobre diablo
ya para siempre pordiosero
poquito a poco
abres la mano

y nunca más
puedes
             cerrarla.

Alguien 

Alguien limpia la celda
de la tortura
que no quede la sangre
ni la amargura

Alguien pone en los muros
el nombre de ella
ya no cabe en la noche
ninguna estrella

Alguien limpia su rabia
con un consejo
y la deja brillante
como un espejo

Alguien piensa hasta cuándo
Alguien camina
Suenan lejos las risas
una bocina
y un gallo que propone
su canto en hora
mientras sube la angustia
la voladora

Alguien piensa en afuera
que allá no hay plazo
piensa en niños de vida
y en un abrazo

Alguien quiso ser justo
no tuvo suerte
es difícil la lucha
contra la muerte

Alguien limpia la celda
de la tortura
lava la sangre pero
no la amargura.


Táctica y estrategia
 

Mi táctica es
                        mirarte
aprender como sos
quererte como sos

mi táctica es
                      hablarte
y escucharte
construir con palabras
un puente indestructible

mi táctica es
quedarme en tu recuerdo
no sé cómo             ni sé
con qué pretexto
pero quedarme en vos

mi táctica es
                     ser franco
y saber que sos franca
y que no nos vendamos
simulacros
para que entre los dos

no haya telón
                        ni abismos

mi estrategia es
en cambio
más profunda y más
                                    simple
mi estrategia es
que un día cualquiera
no sé cómo             ni sé
con qué pretexto
por fin             me necesites.

Estados de ánimo 

Unas veces me siento
como pobre colina
y otras como montaña
de cumbres repetidas 

Unas veces me siento
como un acantilado
y en otras como un cielo
azul pero lejano 

A veces uno es
manantial entre rocas
y otras veces un árbol
con las últimas hojas 

Pero hoy me siento apenas
como laguna insomne
con un embarcadero
ya sin embarcaciones 

Una laguna verde
inmóvil y paciente
conforme con sus algas
sus musgos y sus peces 

sereno en mi confianza
confiado en que una tarde
te acerques y te mires
te mires al mirarme.

No te salves 

No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
                 no te salves
No te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
No te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo

Pero si
              pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas
                     Entonces
no te quedes conmigo.

Te quiero 

Tus manos son mi caricia
mis acordes cotidianos
te quiero porque tus manos
trabajan por la justicia

     Si te quiero es porque sos
     mi amor mi cómplice y todo
     y en la calle codo a codo
     somos mucho más que dos

Tus ojos son mi conjuro
contra la mala jornada
te quiero por tu mirada
que mira y siembra futuro

Tu boca que es tuya y mía
tu boca no se equivoca
te quiero porque tu boca
sabe gritar rebeldía

     Si te quiero es porque sos
     mi amor mi cómplice y todo
     y en la calle codo a codo
     somos mucho más que dos

Y por tu rostro sincero
y tu paso vagabundo
y tu llanto por el mundo
porque sos pueblo te quiero

Y porque amor no es aureola
ni cándida moraleja
y porque somos pareja
que sabe que no está sola

Te quiero en mi paraíso
es decir que en mi país
la gente viva feliz
aunque no tenga permiso

     Si te quiero es porque sos
     mi amor mi cómplice y todo
     y en la calle codo a codo
     somos mucho más que dos.

Defensa de la alegría 

Defender la alegría como una trinchera
defenderla del escándalo y la rutina
de la miseria y los miserables
de las ausencias transitorias
y las definitivas

Defender la alegría como un principio
defenderla del pasmo y las pesadillas
de los neutrales y de los neutrones
de las dulces infamias
y los graves diagnósticos

Defender la alegría como una bandera
defenderla del rayo y la melancolía
de los ingenuos y de los canallas
de la retórica y los paros cardiacos
de las endemias y las academias

Defender la alegría como un destino
defenderla del fuego y de los bomberos
de los suicidas y los homicidas
de las vacaciones y del agobio
de la obligación de estar alegres

Defender la alegría como una certeza
defenderla del óxido y la roña
de la famosa pátina del tiempo
del relente y del oportunismo
de los proxenetas de la risa

Defender la alegría como un derecho
defenderla de dios y del invierno
de las mayúsculas y de la muerte
de los apellidos y las lástimas
del azar
              y también de la alegría.

Por qué cantamos 

Si cada hora viene con su muerte
si el tiempo es una cueva de ladrones
los aires ya no son los buenos aires
la vida es nada más que un blanco móvil

Usted preguntará por qué cantamos

Si nuestros bravos quedan sin abrazo
la patria se nos muere de tristeza
y el corazón del hombre se hace añicos
antes aún que explote la vergüenza

Usted preguntará por qué cantamos

Si estamos lejos como un horizonte
si allá quedaron árboles y cielo
si cada noche es siempre alguna ausencia
y cada despertar un desencuentro

Usted preguntará por qué cantamos

Cantamos porque el río esta sonando
y cuando suena el río / suena el río
cantamos porque el cruel no tiene nombre
y en cambio tiene nombre su destino

Cantamos porque el grito no es bastante
y no es bastante el llanto ni la bronca
cantamos porque creemos en la gente
y porque venceremos la derrota

Cantamos porque el sol nos reconoce
y porque el campo huele a primavera
y porque en este tallo en aquel fruto
cada pregunta tiene su respuesta

Cantamos porque llueve sobre el surco
y somos militantes de la vida
y porque no podemos ni queremos
dejar que la canción se haga ceniza.

Disidentes 

Los abruptos
pueden ser violentos
tozudos
y hasta sectarios
pero los
exabruptos
son siempre
resentidos.

Desaparecidos 

Están en algún sitio / concertados
desconcertados / sordos,
buscándose / buscándonos
bloqueados por los signos y las dudas
contemplando las verjas de las plazas
los timbres de las puertas / las viejas azoteas
ordenando sus sueños, sus olvidos
quizá convalecientes de su muerte privada

Nadie les ha explicado con certeza
si ya se fueron o si no
si son pancartas o temblores
sobrevivientes o responsos
Ven pasar árboles y pájaros
e ignoran a qué sombra pertenecen

Cuando empezaron a desaparecer
hace tres cinco, siete ceremonias
a desaparecer como sin sangre
como sin rostro, y sin motivo
vieron por la ventana de su ausencia
lo que quedaba atrás / ese andamiaje
de abrazos cielo y humo

Cuando empezaron a desaparecer
como el oasis en los espejismos
a desaparecer sin últimas palabras
tenían en sus manos los trocitos
de cosas que querían

Están en algún sitio / nube o tumba
Están en algún sitio / estoy seguro
Allá en el sur del alma

Es posible que hayan extraviado la brújula
y hoy, vaguen preguntando preguntando
dónde carajo queda el buen amor
porque vienen del odio